miércoles, 29 de diciembre de 2021

Joe Meek and the Blue Men - I Hear a New World (1960)

Se va el año. Creo que, en mis tiernos 33 años cabalísticos en este plano terrenal, ha sido el año más corto que he vivido. Pero sobrevivimos, sobreviví, y aunque trajimos 8 posteos con música, siete más que el año pasado, el año me pasó volando al lado, zumbando como una bala en el Somme y arrancando parte de mi carne en el trayecto. Este año me tocó a mi dar el cierre a una suerte de microrelación, pero en ese "fortalecimiento" siento que perdí harto. Como un soldado que mira al horizonte tras su primera lluvia de morteros, con el tiempo no siento nada y mi mirada se pierde en un vacío sin fondo. No congenié siquiera con los part-time, fue muy raro todo. Y los días pasaban como gotas de lluvia por la ventana e intentaba tocarlos, pero estaban al otro lado del vidrio y el calor de mis dedos aumentaba su fluir en descenso. Pero eso es lo que la sociedad quiere. Ya, pero pa no dar la cacha recordando weás de principio de año que pegaron pa largo... ¿cómo estuvo Yule? Espero que Papá Puerco se haya rajado con una buena provisión de ropa interior y una hora pagada al psicólogo, los dos regalos más preciados si pasaron la barrera de los 25. Y en lo positivo, igual fue una buena semana mal llamada año, con hartos juegos jugados, libros leídos y películas vistas. Todo en una semana.

Hoy es el último post del año, he ahí lo nostalgicón. Igual quedan dos días, facilmente podría improvisar otro mañana, pero sé que la paja siempre será más fuerte. Además llevo tanto flojeando en la escritura, sin escribir una sola puta corrección, siquiera, en los cuentos culiaos que tanto dediqué en crear, y tan sumido en la w33d m33n que siento haber perdido parte de mis sinapsis creativas, que esto puedo considerarlo un trabajillo digital y deducir impuestos o lo que sea que hacía Flanders con las cosas que usaba en el Zurdomercado, no me acuerdo, perdí el hilo, falló la talla. ¿Había talla? Ya ni sé, maestro.

Este post, ese disco, tiene una suerte de historia rara, de esas que les gustan a algunos de ustedes. Versa sobre un concepto musical, un viaje por el éter y un hombre, uno que miraba a las estrellas con curiosidad y levantaba una mano amistosa, saludando a quien viviera allá arriba. Años más tarde, esa mano sostenía una escopeta contra el pecho de una mujer para luego desatar el trueno contra sí mismo. Así empezaba y terminaba la leyenda de Joe Meek.



Joe siempre fue bueno para la electrónica. Juntaba cachibaches electrónicos en el taller de su casa en Gloucestershire, Inglaterra, sirvió como técnico de radar en el ejército y debutó como ingeniero en audio en una radio independiente. La electrónica y los sonidos eran su pasión. Y los fantasmas. Y los extraterrestres. Y molestar a los vecinos con música. 

A mitad de los 50, entró a trabajar en Estudio Landsdowne de Denis Preston, presentador radial, crítico de jazz y productor. Ahí el trompetista Humphrey Lyttelton, un nombre que debiera sonarle más o menos a los parroquianos y a fans de Radiohead (el solo de trompeta fúnebre en Life in a Glass House), grababa Bad Penny Blues y el joven Joe, llevándole la contraria, comprimió el sonido del piano y lo "trajo al frente", en el sentido de dándole más escena al instrumento y sonoramente otorgándole un tono más robusto, casi de bar. Ese tono terminó siendo la base para Lady Madonna de los Beatles, según dicen. No sé, yo solo recuerdo el piano de Hey Bulldog. El encargado de la edición era Preston, pero Meek fue quien fue recordado por la decisión que convirtió al single en un número uno. Lamentablemente, las diferencias en el trabajo fueron más fuertes y Meek se mandó a cambiar. Bueno, no tan lamentablemente. Después de eso, se alió con otro productor y con algo de financiamiento fundaron Triumph Records... que tampoco prosperó mucho. Aquí hay dos puntos a considerar: 1) su temperamento de mierda. Meek sufría de trastorno bipolar y esquizofrenia. Me arriesgo diciéndolo, pero es muy probable que sus trastornos mentales se agravaran con el paso del tiempo debido a su homosexualidad reprimida. En los 60 aun era castigado con cárcel el ser gay y, en su mente paranoica, todos querían perjudicarle y sacarle del closet en público. y 2) si bien Triumph produjo pocos discos, con un solo hitazo, hoy en día los álbumes sobrevivientes son material de coleccionistas. Ergo, a cagar de caros.

Pero los 60s continuan su paso inexorable en el psicodélico Swingin' London y el amor de Joe por la música nunca para. Comienza a trabajar desde su estudio casero, molestando a los vecinos de abajo, editando unos números uno y, de paso, mandándose tremendos cagazos. Porque así como Ulises se pifió al matar al ganado para holocaustos de Helios, a pesar de todas las advertencias, Joe Meek también se equivocó feo más de una vez. En una ocasión, se le ofreció trabajar con un joven melenudo, un tal David Jones, pero a pesar de haber grabado algunos temas, no le gustó. Tiempo más tarde, ese greñudo sería conocido como David Bowie. Otro día, Brian Epstein le mostró el demo de una banda de Liverpool: no es necesario decir quienes. Dijo que ni se moleste en firmar con "otra banda más que solo hace ruido y se roba los trabajos de otros". Otra vez, escuchó cantar al juvenil Rod Stewart, se tapó las orejas, se puso a gritar y le dijo a la banda acompañante que los firmaba, pero que se deshagan del pendejo. Y así.

Algo que le interesaba mucho a Joe era el espacio. Los 60 fueron de principio a fin la década espacial. Los satélites surcaban la termósfera y exósfera, los rusos mandaban animales y hasta personas al espacio y los gringos trasladaban la competencia al nivel técnico. Pero mientras el mundo se preguntaba si la luna estaba hecha de queso de cabra o camembert, Joe levantaba la vista y esperaba que las estrellas albergaran otros sistemas solares con vida inteligente. Su sueño era el contacto con otra especie, el intercambio de tecnología, sentirse menos solo en el universo. Pero en la escena artística musical poco se veía de eso. Las radios estaban llenas de jazz, surf rock y garage rock, más interesados en la vida hedonista británica y de la costa oeste gringa que en levantar los velos de la atmósfera y divisar quien se mueve más allá del éter cósmico. No habiendo interés en el mercado en sacar algo así, en satisfacer sus ansias y curiosidad, Joe llama a una banda de skiffle (una forma de jazz, blues y folk con un sonido muy casero) llamada Rod Freeman & The Blue Men, abreviada a The Blue Men, y escribe, compone y produce un concepto considerado "música de fantasía del espacio exterior". Y dándole un tono profético a su visión proto-futurista del espacio, lo titula  "I Hear a New World".

Hay algo curioso a saber sobre la técnica de composición de Joe Meek. Él no tenía idea de teoría musical ni composición. Solo tenía ideas y cuando estas llegaban, pescaba una grabadora y tarareaba el ritmo o la melodía, según el mensaje cósmico que le llegase. Hay registros, de hecho, de un demo vocal de su hitazo Telstar, en un compilado de música outsider llamado "Songs In the Key of Z". Quizás algún día lo suba, ese concepto artístico me gusta caleta, pero igual está en Spotofiel, aplíquenle ahí por mientras. La cosa es que después este tarareo era reinterpretado por la banda, que bajo la dirección de Meek se concluiría si iba por ahí la música o no.

Grabado aún en Lansdowne (pero publicado por Triumph), las sesiones parecían más la confección de un collage que músicos tocando en un estudio. Joe estiraba cintas, chocaba botellas, soplaba burbujas, sorbía agua por una bombilla, la tiraba por el drenaje y hacía cortocircuitos, para luego editar, recortar, acelerar y alterar todo al punto que los sonidos caseros eran irreconocibles. Esa era la parte "alienígena" del disco. Porque él sabía que algo completamente bizarro no tendría cabida en los oídos terrícolas, así que, bajo su dirección, los Blue Men tocaron algo de un protosurf rock, skiffle y una suerte de pop barroco desnudo de orquestas. La megabanda eran los tonos juguetones y los susurros inquietantes de Meek. La suma terminó siendo un viaje sonoro a un mundo extraterrestre imaginario, que el vocalista Rod Freeman nos presenta como un mundo nuevo que le llama. No hay diferencia entre este disco y Los Supersónicos. Son visiones optimistas y aventureras de vida futura, una ventana abierta a un amanecer soleado en la exploración espacial. Y la voz de Freeman se distorsiona y acelera, como la de Alvin y las ardillas, a un ritmo estival y relajado. Pero entonces vienen las vibraciones magnéticas, las partículas en suspensión y la estática espacial con "Orbit around the Moon". Dicho esto, creo que el viaje imaginario iba a la Luna. Será. Lo importante es ese ritmo pegajoso y pre-psicodélico, muy en la onda de The Tornados, otra banda al alero de Joe.

Y así se van sucediendo escenas extrañas y caricaturescas, como la marcha de la "Entrada de los Globbots", donde solo puedo imaginar seres como esas masitas blancas de Los Herculoides marchando alegres en baja gravedad ante astronautas retro. Lo mismo en la "Marcha de los Dribcots", con más especies dignas de los viajes más psicotrópicos de Hannah-Barbera. Para los fanáticos de Mr. Bungle (que citan a Joe Meek como una gran influencia para su magnum opus Disco Volante), hay una pieza reconocible: "Love Dance of the Saroos", que tocaban en vivo en las giras del disco mencionado. "Glob Waterfall" es la sección más vanguardista del disco, dependiendo más de los efectos sonoros rítmicos de estudio que de la instrumentación, donde un piano fantasmal y un platillo final otorgan el cable a tierra. No estoy seguro de si "Magnetic Field" será una adelantada a su época, pero el ambiente creado por la estática en la cinta y los efectos ya irreconocibles tienen un remoto parecido al "sonido" de los campos magnéticos planetarios. Ya entrando el bajo, la batería galopante y el pianito a la Jean-Jacques Perrey nos tomamos pa la chacota el flotar en este límite gravitacional en que el cuerpo levita y da tumbos en el vacío. "Valley of the Saroos" es casi una balada playera, pero en las playas del Mar de la Tranquilidad, si me preguntan. Si, nadie lo hizo, pero en el espacio no hay sonido. Excepto el que está sonando ahora, ese doo-wop lejano y ajeno, en que el reflejo de la Tierra baila en los mares lunares (son los 60, el público cree esas weás aún, no le maten la magia a los viajeros en el tiempo que lean esto). Y así, pasando por la alegre y ascendente "Disc Dance of the Globbots", hasta la ambiental y melancólica "Valley of No Return", donde termina nuestro viaje de media hora.

 

Que bueno que antes mencioné a Telstar, otra obra suya, porque es la melodía definitiva de este movimiento gringo futurista positivista sesentero, con su arquitectura googie, cohetes puntiagudos y mujeres con poca ropa y tremendos peinados, flotando sonrientes en el espacio. Pero primero, cerremos la sesión de ouija del "I Hear a New World". Joe lanzó parte del disco, solo las primeras cuatro "canciones", en un EP de 7 pulgadas limitado a 99 copias. Incluso pensó en sacar una segunda parte, pero los conflictos con Triumph que les mencioné y su posterior partida mandaron todo al carajo. Pasaron décadas, 30 años para ser casi exacto, para que RPM, sello de la discográfica independiente Cherry Red Records y que no cacho como tuvo acceso a las cintas, publicara el disco en su integridad. La versión que traigo viene con material adicional, para que no demuestre pobreza, como dice mi mamá: unas entrevistas a Joe Meek donde habla un poco sobre la historia que les conté. Cualquier diferencia con mi versión, él está equivocado.

Ya, retomando lo de Telstar, este tema de The Tornados lo definió como compositor de la era espacial, lo que es raro, considerando que los Tornados solían tocar volás onda The Shadows, como ese western de guitarra y surf rock instrumental. De hecho eran rivales, como Los Beatles y Los Rolling, o los escoceses y otros escoceses. Para mayor vanguardia, el tecladito que suena es un clavioline, una suerte de padre o algún pariente en primer grado del sintetizador. Pero alguien en Francia no estaba feliz con el éxito de Telstar. El compositor Jean Ledrut acusó a Joe de plagiarle su "La Marche d'Austerlitz" de la película Austerlitz, que salió el mismo 1960, mientras que Telstar debutaría dos años después. Por esta demanda, Joe no pudo recibir regalías por Telstar hasta 1967, lo que perturbó aún más su frágil estado mental. Acá hay dos problemas a considerar, y vuelvo con los puntos: 1) La Marche y Telstar suenan MUUUY parecidos. Mucho.

 Para muestra un botón, decían los abuelosaurios.

 


 PEEEERO 2) Meek no sabía que Austerlitz llegó a Reino Unido recién en 1965, por lo que era imposible que él hubiese escuchado la banda sonora antes. ¿En un viaje a Francia, dicen? Nunca lo hizo. ¿Lo escuchó en Youtube, dice alguien allá atrás? Ándate a la conchetumare. Pero el pobre Joe nunca supo de eso. Y esa espina se le gangrenaba en el cerebro.

Su paranoia crecía. Una vez acusó al cochinón Phil Spector, a pito de nada y en plena conversa amistosa, de estar robándole sus ideas, a pesar de que sus técnicas de edición eran muy diferentes (Spector es el padre del "muro de sonido", ese mamut orquestal que se escuchaba en la música pop sesentera, y difiere harto del recortar y pegar eterno de Meek). También, en una nota más ligera, grababa sonidos en los cementerios para escuchar a los muertos y más de una vez quiso grabar la voz del difunto Buddy Holly. Las anfetas poco ayudaban. Como dije, su paranoia crecía y no paraba.

Un 3 de febrero de 1967, la casera del estudio improvisado que alquilaba en 304 Holloway Road le alegó por el ruido de su piso. También porque le debía 14 meses de la renta desde hace mucho. Tiempo antes, Joe le había quitado una escopeta con cartuchos al bajista de los Tornados Heinz Burt, quien la usaba para matar pájaros mientras andaba de gira. Junto a Meek estaba su asistente Patrick Pink. Él prefirió quedarse en el primer piso para eludir la discusión. En el segundo piso, dentro del estudio, Joe estaba confundido y agobiado por su constante delirio de persecución. La discusión aún no terminaba cuando Patrick escuchó un trueno. Vio el cuerpo de Violet Shenton, la casera, caer por la escalera, muerta de un tiro de escopeta. Apenas Patrick la tomó en sus brazos, un segundo disparo estalló desde el estudio; esta vez Joe Meek. Se suicidó de un tiro en la cabeza.

Tres semanas después, la corte falla a favor de Joe y puede volver a cobrar regalías por Telstar. 


Fue un viaje triste, pero hay mucho más allá de esta historia de altibajos. La vida y obra de Joe Meek es bien interesante, búsquenla por ahí, porque cacharán que biógrafo no soy porque hago las weás gratis y escribo en un lapso limitado de tiempo antes de irme a acostar para continuar con mi extenuante vida de vendedor de retail de día y escritor enmascarado de noche. Bueno, mientras tanto, disfruten de esta joya que a estas alturas ya parece ser retrofuturista, sobre un futuro que no vivimos y ya no nos tocó. Pero  ¿que se pierde con imaginar? ¿Acaso no es este mundo horrendo el fruto de la imaginación distorsionada de otros y muchos más? El resto podemos soñar uno nuevo, miles nuevos, y vivir en ellos gratis. Usen opio, usen meditación, usen la escritura, nadie nos puede negar a usar la herramienta de creación masiva más grande del mundo animal.

¡FELICES FIESTAS Y PRÓSPERO SOL INVICTUS Y AÑO NUEVO!

Con amor, Alsophocus.

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