Hoy es 31 de octubre, día que los globalizadores del hemisferio norte nos impusieron como aquel en que el velo que divide el reino de los vivos con el de los muertos se corre para dejar entrever escenas y seres del otro lado. Suena romántico desde el punto de vista de ellos o de los celtas, que estarían en pleno otoño-invierno a estas alturas, con árboles secos cuyas ramas rasguñan el cielo frío como queriendo escapar de una tumba de hielo, pero no es así para los que vivimos una horrible primavera veraniega. Aún así la necesidad de sentir miedo nos permite adoptar esa tradición como nuestra, así como para darle un poquito más de sabor a esta realidad tan mierda.
Entonces aaargh, marinos, dejaré de lado mis documentales por unos minutos, quizá una hora, para retomar esta sección en un especial jaloguinesco. Esta historia se remonta a los locos 90, una década bien recordada en este blog y que muchos protoadultos añoramos, aún cuando no se mantuvo ajena al terror que acechaba por todas partes, ya sea en forma de un lejano conflicto nuclear, dictadores designados como senadores vitalicios, leyendas urbanas y cadenas. Claro, las dos últimas siempre han estado, pero lo cuático del asunto es ser parte de esas leyendas, como esa que decía que en la salida de varios colegios vendían tatuajes cubiertos con LSD (entonces no tenía puta idea de que era el ácido lisérgico, pero la mala calidad de las fotocopias que entregaban flacos paranoicos en la calle ya me asustaba), o aquella que oí a los 10 años y hablaba sobre una niña que iba de la mano con su mamá y un tipo en un auto negro raptó a la niña de un tirón, dejando a la mujer llorando en el suelo y a los pacos confundidos. Creo que pasaron varias semanas hasta que me atreviera a salir más allá de mi pasaje.
Dentro de esto de las leyendas urbanas recuerdo haber leído, allá por mis tiempos mozos de lector de cualquier wea paranormal que se me cruzara, la historia de un marido celoso que llevó la cabeza decapitada de su amigo al parto de su señora, que lo cagaba con éste. A la vez esta historia me recuerda a un capítulo de Cuentos de la Cripta en que un sujeto mató a su mejor amigo pensando que lo cagaba con su mujer, pero en el momento cúlmine, justo cuando termina de matar a su esposa en venganza, sabe que todas los cuchicheos y juntas secretas de su amigo y su esposa eran para darle una sorpresa: que sería papá. Fue un capítulo chistoso que nunca olvide y siempre recuerdo cuando necesito reirme o sentirme feliz por alguien. En fin, resulta que esa leyenda urbana nunca fue leyenda, era una historia tan real como mi acidez alcanzándome el esófago, y comenzó en la fecha que mencioné: los 90.
En un puesto militar de la ciudad alemana de Fulda vivía Stephen Schap, soldado gringo, junto a su esposa Diane Schap. La vida no les era fácil debido a la lejanía que tenían de sus contactos civiles, sumado al aburrimiento o simplificación de sus vidas post-caída del comunismo y reunificación alemana. Aún cuando Stephen no lo notaba, su relación se deterioraba poco a poco, pasando de una simple falta de "como estuvo tu día de mierda" a un completo silencio y quietud en el lecho marital. Al llegar a estos extremos, Diane le pidió el divorcio a su marido varias veces, pero Stephen nunca cedió y caía cada vez que él salía con un "volvamos a intentarlo, ¡lo nuestro nunca morirá!", aún cuando sabía que a los pocos días volverían a las mismas. Durante ese período de tensión Diane se hizo muy amiga de un compañero de armas, camarada, colega y yunta de Stephen, Gregory Glover, de quien Stephen nunca sospecho, bien porque no le importaba un pico su relación o porque confiaba en su mejor amigo. Con el tiempo Diane se embarazó y Steve lo tomó como una señal para rearmar su relación rota, pero tanto apodo de "cornuo", "venado", todas esas veces en que los encontraba juntos al llegar a su casa y algo que leyó en el diario de su mujer (en el que declaraba tener una relación con Glover) le hicieron sospechar por primera vez. Haciendo de entrañas un par de pelotas le preguntó directamente a su esposa si se había acostado alguna vez con su amigo, pero ella se lo negó por completo y el se lo tragó feliz. Feliz por lo menos en su fachada, porque al otro día se dirigió al capellán de la base para que mandaran cagando a Diane a Estados Unidos y acordaron el divorcio.
Algunos pocos días después, estando ella aún en Alemania, Diane tuvo complicaciones en su embarazo y debió ser hospitalizada de emergencia. Fue ahí, en esa cama de hospital bañada por olores de alcohol y anestésicos, que decidió llamar por teléfono al pobre Steve para contarle la verdad sobre su "hijo": Él no era el padre, sino su amigo Gregory Glover. Otra vez Steve pareció tomarse bien el asunto, pero como quien se traga una pastilla de zinc sin agua y se muestra estoico, Schap tragaba su aflicción bajo una fachada de dureza, mal que mal ya sospechaba (o sabía) lo que se venía de antemano. Llegó agitado al hospital para hablar directamente con su ex mujer y saber con quien cresta le ponía los cuernos; al relajarse recibió el nombre que supongo ya todos sabremos y salió molesto del edificio con la excusa de ir a empacar. Ya en la base, se encontró con Glover hablando por teléfono. Al otro lado de la línea Diane hablaba con su amante hasta que, de improviso, la conversación se interrumpió al proferirle Glover unas puteadas a un enemigo invisible para, segundos después, acabar sus insultos de golpe. Lo último que sonó fue el tono de marcado entrando muerto por sus oídos. En la base una silueta perseguía a paso lento a otra que se arrastraba sangrante luego de caer apuñalado.
Media hora había pasado desde que la voz de su amante no se escuchó más por el teléfono cuando Diane sintió pasos pesados en el pasillo, parecidos a los de su ex marido entrando furioso horas antes para preguntarle por la identidad de su amante. En su mente confluyeron pensamientos horribles, ideas odiosas, pero ninguna tan terrible como la visión que se desenvolvía al entrar Steve en el cuarto de Diane, con la ropa manchada de sangre y una mirada que harían pensar que acababa de escapar de alguna celda del infierno. De pie en la puerta, Schap cargaba un bolso de gimnasia sobre su hombro, un bolso a todas luces ocupado por algo que goteaba linfa carmesí sobre su vestimenta. Acercandose a su cama hundió las manos en el bolso y sacó el bulto que contenía, profiriendo las líneas que nunca se borraron de su memoria: "¡Mira Diane, ya llegó Glover! Ahora dormirá contigo todas las noches, sólo que tu no volverás a dormir porque esto es todo lo que verás". Entre sus manos, magullada por las cuchilladas y teñida de rojo, tenía la cabeza cercenada de Gregory Glover, su antiguo amigo y amante de su ex mujer, que frotaba contra el rostro de Diane. Los gritos llamaron la atención de los médicos que entraron y vieron a Stephen recostado entre las piernas de Diane, mientras la cabeza de Gregory los miraba desde el velador.
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Hoy Stephen Schap cumple cadena perpetua por el homicidio de Gregory Glover, cometido en un arranque de celos aquella noche de 1993.
Fin
Canción para el momento: Ex lover's lover de Voltaire le queda muy bien al caso, además me gusta y me llega al cuore.
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